Biznaga

Biznaga siguen interpretando a la perfección su papel de cronistas de su tiempo, de ser The Clash mezclados con Braudillard, punk con matrícula de honor en el Post grado en semiótica.


Viven en una época que les ofrece tanto material, tantos estímulos, que podrían editar tres discos al año sin despeinarse. De hecho, falta espacio para contar todo lo que pasa. Por eso en el arranque vertiginoso del disco, por momentos, el texto se impone sobre la música, como si ésta sólo fuese un mero soporte para el mensaje.

La canción como palimpsesto y la garganta al borde de la rotura de las cuerdas volcanes como tinta para ser


Así de imponente arranca “Bremen no existe”. Curiosamente, el disco cobra mayor vuelo en la segunda parte. Una vez que pasan como un torbellino músico-literario las cinco primeras canciones, se meten en otros lugares que ofrecen otra manera de contar y de de cantar, dejan de insistir en ese estilo que tan bien dominan y el disco sube tanto, que las mejores canciones están en esta segunda parte (“Todas las pandemias del mañana”, “La escuela nocturna”) con estribillos de oro. Y así es como el telediario alternativo de la juventud española disfruta de una crónica de su tiempo al mismo tiempo que de un gran disco.