LOS PUNSETES

Versos sin orfebrería, reducidas a su expresión esencial para disparar ráfagas de metralleta contra la guadaña estupida del mundo. Pincelada única que se deslizan en lienzos de canciones que comienzan pop y terminan en ruido, que nacen figurativas y culminan en abstracto. Los Punsetes miran a la humanidad y le dedican “Aniquilación” bajo una lluvia de nihilismo y vitalismo a partes iguales. Este oxímoron se responde a lo largo del disco. Y es que la gente, nosotros mismos, estamos llenos de defectos, pero precisamente eso, es lo que nos hace humanos y por tanto, necesitados (o dignos) de ser amados. 

En el desfile de frases en formación de ataque se cuelan toneladas de rimas internas que consiguen que temáticas similares (“Dinero 2” y “Atraco perfecto”) suenen completamente distintas. Como Nietzsche de MDMA o Mark E. Smith bronceado, observan las fisuras del engranaje moderno con herramienta de inteligencia fina. Sin embargo, en todas -absolutamente todas- las canciones se produce un inesperado giro melancólico en la armonía. En menos de un segundo, cambian la marcha y pasan de la ironía gélida a la ternura cálida. Del bisturí mental a la chimenea de leña del corazón. 

“Aniquilación” no es sólo una condición de disparos aislados, es un bombardeo conceptual en sí mismo. El álbum funciona como un todo. Comienza con una guerra relámpago y se remata en la cama del hospital entre estelas plateadas, previo paso por ese tratado de paz que es “La gran bestia”. “Aniquilación” está tan bien construido que cuando el humo de la pólvora de los cañones amenaza con no dejarnos respirar, piden un alto el fuego temporal, el hueco perfecto para tomar aire en el desarrollo de “Final de Miguel de Molinos”. 

Todo un plan trazado a la perfección para sentirnos estúpidos y geniales al mismo tiempo. Son de fiar.