Se insiste tanto en la importancia del single, de la píldora breve y de la concisión extrema que llega un momento en el que cuando todo se peina y se filtra tanto que no queda nada. Sin embargo, algunos de los discos que mejor han funcionado en los últimos años son de corte más bien conceptual –“El Mal Querer” o “El madrileño” son dos ejemplos palmarios. Y este disco es otro gran ejemplo. Aquí se divide en tres partes, y hay una historia que nos cuenta
El álbum realmente es de una originalidad pasmosa. Por momentos, es una mezcla entre los primeros Mecano, las guitarras de los primeros Héroes del Silencio y el tono de un Ian Curtis a la española, que es donde está el mayor encanto, porque el tono es deprimente sino confesional. Un tono conecta con la pausa del trap por ese aire desmayado, pero también rememora a The Streets por esa narrativa de frases pares de gran observador como en “Friday night, saturday morning” de The Specials. Así que lo atractivo reside en la transfusión de estilos en la base pop con el recitado.
Emplea poquísimos instrumentos, pero utilizados de una forma muy inteligente con el bajo como elemento fundamental. El disco está dividido en tres partes y podría decirse que todo discurre de un modo homogéneo hasta que todo cambia en la tercera parte. Eso es otra cosa. Ahí el tono se vuelve mortecino, la velocidad se reduce y la voz pasa a ser la de un Corcobado sin opiáceos y sin querencia lorquiana. Pero es la parte que redondea al álbum y demuestra un dominio de recursos amplio dentro de unos parámetros concretos, para hablar de la angustia y el recuerdo. Un narrador de sí mismo, objeto y sujeto, observador y protagonista de su propio y excelente álbum.