No se sabía que podía pasar con Álvaro Lafuente tras meterse en estudio con Raül Refree. Han sido tantos los aciertos del catalán que nos preguntábamos cómo iba a volver a sacarse el conejo de la chistera. Y lo ha hecho. Lo han hecho.
Es un autor tan heterogéneo que podría haber sido un cajón de sastre, un álbum disperso en vez de heterogéneo. La duda estaba en cómo se mezclaría su lado más contemporáneo con la parte de guitarra y rasgueo, que es lo mismo que le sucedió en su momento a C. Tangana. El madrileño lo solventó ubicando las canciones más atávicas en la segunda parte del disco; Guitarricadelafuente las entremezcla.
La parte etérea funciona increíble. Es donde Raül Refree tiene más espacio y cuenta con más margen para desarrollar texturas y arquitecturas de planos que es su fuerte. Son tempos más pausados con armonías más clásicas, en definitiva, es un lienzo con el diseño ya perfilado que Guitarrica le tiende al catalán. Hay un lado de la música tradicional -que no el flamenco- que ensambla muy bien con la electrónica porque se basan en la textura, en la repetición de patrones rítmicos y no tanto en la agudeza de los cambios armónicos.
El disco es un viaje profundo y rico en sabores. Tan pronto estás en Mendoza, en Calamocha como en Cádiz y en Nueva York. Sientes que está presente el espíritu de Antony and The Johnsons, pero en el paso siguiente, de la nada, surge el aura de Los Delincuentes.
Y sí, la parte más etérea funciona muy bien, pero cómo vuela la jarana cool en
“Quién encendió la luz”. En “Caballito”, ambos mundos se dan la mano y nos acongoja esa voz que parece dos cantantes diferentes: el rumboso de pueblo y el sofisticado urbano. La clave del disco reside en cómo ha hecho la rumba sofisticada y ha llevado a Arca a la verbena. Casi nada.