Nacho Vegas

Después de los discos que lleva grabados, no se sabe cómo consigue sonar a él mismo sin repetirse. Ni, por supuesto, cómo logra estar siempre pleno de inspiración, sin bajar el nivel ni en un sólo tema y, además, hacer cada vez mejores melodías, como en “La flor de la manzana” o en “Esta noche nunca acaba”, que podría ser un tema do woop, una canción de los años cincuenta, pero pasado por su filtro. Melodías pegadizas, jamás azucarosas.


Es delicioso cómo logra sonar oscuro sin forzar jamás la voz. “Muerre’ l branu” podría ser perfectamente una suerte de Diego Vasallo, pero mientras que el donostiarra tiende a oscurecer intencionadamente -o eso parece- la voz para obtener un resultado más oscuro o de aire waitsiano, Vegas la deja natural, y el efecto es más poderoso, casi más cercano al propio Vasallo en aquellos temas menos populares de “Autobiografía”.

No falta su habitual exhibición del arte de cómo hacer canciones saltándose las estructuras usuales. “El mundo en torno a ti” o “El don de la ternura” arranca y se desvía, retorna, se vuelve a desviar, coge un afluente y no regresa a la corriente principal.


Por supuesto, no podría faltar una gran canción a ritmo de vals, ese ritmo de tres por cuatro que le permite lanzar textos más amplios y acomodados al verso del castellano. Por momentos, podría ser una Cantiga Alfonso X El Sabio


Lo que define el estilo de Nacho y queda perfeccionado en “Mundos inmóviles derrumbándose” es su forma de transmitir el vértigo a través de su prosodia. Esa manera de partir las palabras sin que se le caigan las frases. Ese medio segundo que deja, en ocasiones, entre las sílabas, y que para cualquier cantante sería un barranco donde se le despeña el significante y que Nacho convierte en una catarata para encadenar mundos móviles en construcción.