Arranca con una sección de cuerda y una línea melódica que ni “Street Hustle de Lou Reed; nada más abrir la boca ya derrochan lírica y verbo al estilo de los autores más verborreicos y comprometidos del sello Fania; no en vano, está Rubén Blades (el letrista que verdaderamente debería haber ganado el Nobel), el primero de unos muy bien escogidos colaboradores. En esos los invitados -e invitada- está la clave del disco. Porque, en realidad, se intuyen dos almas en un mismo álbum. Uno es el que tiene los temas de Drexler solo, bien de inspiración y arreglos preciosistas nada abigarrados y el otro son las piezas de colaboraciones. Ahí funde su sensibilidad en un nuevo contexto que lo hace absolutamente original. Como aquellos dos discos de los 80 de Leonard Cohen, repletos de teclados y sintetizadores, que le dieron un nuevo impulso lejos de su formato de cantautor de la vieja guardia. Cohen se convirtió en otra cosa y aquí sucede lo mismo cuando llegan las visitas a su mundo.
Le sienta bien esa energía, quitarse el traje limpio y ensuciarse en las pieles de los demás. Con otra base musical tiende a condensar sus versos y concentrar la melodía en menos compases. Limita la longitud y variedad de sus frases y gana en pegada. Además, canta más rítmico, más de pista de baile y menos de biblioteca. Esa voz de camerino limpio y copa de vino desaparece y entra en el almacén de un bar, eso sí, sin perder la compostura, pero despeinado. Con Tangana se luce, pero con Noga Ez es puro fuego. Y es que si quieres contar cosas, la bases de corte hip hop son ideales, y saca su parte negra. Y, de paso, hace justicia al tango uruguayo que tiene un lado negro muy fuerte, por el peso del candombe, cosa que no sucede en el tango argentino.
El disco se pone muy interesante en esos momentos a dos bandas; incluso cuando ya está cerrando el disco, se mete en el terreno pop con Martín Buscaglia en un caminar de seda.
Drexler gana, y mucho, en la mezcla , como si fuera un McCartney en busca de su Lennon; lo bueno es que como es solista, puede tener muchos Lennons a la vez. Dotado de un verbo prodigioso -como sus compatriotas- hace que nos creamos todo lo que dice. La tinta con tiempo entra, pero con ritmo aún entra mejor.