15/01/2024
El disco de su vida. El más ambicioso, el que desea contener en sí mismo los vericuetos de toda una existencia en sus distintas etapas. No es sólo un viaje personal o geográfico sino el resultado sonoro de un proyecto que abarca una vida. Está dividido en cinco movimientos y el empleo de ese término (“movimiento”) y no parte, ya nos ofrece una idea de la intención de buscar la “gran obra”. Cinco partes que se suceden sin solución de continuidad donde hay un tono global sereno, pacifico, que no es triste ni sombrío (salvo “El poeta es un fingidor”, que podría estar en el “Low” de Bowie), pero tampoco hay grandes explosiones de alegría, salvo al final de “Salir distintos”, tema que comparte con Carmen Linares y Pepe “El Habichuela”. Es decir, no hay tragedia, pero tampoco comedia.
Existe un rotundo equilibrio compositivo, así que las distintas etapas de la vida se distinguen entre sí por los textos y los arreglos. Las letras, más trabajadas que nunca, requieren varias escuchas para ser apreciadas. El fraseo melismático de Silvia hace que te atrapes más en cómo lo dice que en lo que dice. Esta lucha se había producido desde hace siglos en las Academias humanistas italianas a finales del XVI, entre Zarfino y Galilei (padre del astrónomo). Artusi y Monteverdi y entre Gluckistas y Piccinistas. Silvia Pérez Cruz lleva esa dicotomía en sí misma.
El tratamiento instrumental es que da diferentes mensajes a cada movimiento y se construye a base coros, cuerda, vientos guitarra, segundas voces y escasa base rítmica lo que provoca una impresión constante de estar flotando ingrávido en el paseo de la vida. Nunca hay demasiados elementos al mismo tiempo así que la escucha jamás está abarrotada y mucho espacio para que todo respire sin agobios.
Así, en el 1, la voz es cercana e íntima hasta el punto de que se escucha cada lágrima de saliva recorriendo su boca. En el 2, la voz ya no está en primer plano, hay más instrumentación, se cruzan voces, los vientos se superponen y se entrelazan en un juego de llamadas y respuestas.
El 3 arranca con el coro italiano y es tan puramente mediterraneo, que la resonancia coral evoca a un conjunto de habaneras. Su puede oler la sal. Es la parte más de autora a la manera francesa, donde hay duetos en clave de atribulada reflexión. El 4 es, tal vez, el más complejo que incluye cuerda doliente con sabor a barroco y de ángel descendiendo.
El último movimiento se ofrece como una suerte de estrambótico blues retorcido hasta llevarlo al neoblues mediterraneo que cumple cierta función catárquica. Aparece la luz, antes de cerrar un final en paz.
“Toda la vida, un día” combina piezas de desarrollo que se combinan con breves interludios; cada movimiento, además, se cierra con una pieza que sirve de transición a la siguiente,
El álbum empieza en francés, termina en el mismo idioma y, entre medias, la voz vuela en catalán, castellano, portugués y distintos españoles de Latinoamérica.
Un mundo, une vie. La esperamos dentro de otros 40 años.