17/01/2024
Es el grupo clásico de la nueva generación. Nuestro doble Premio Ruido. Y los clásicos, se pueden permitir hacer lo que quieren, o lo que es lo mismo, ser dos grupos en uno. TAB tiene un alma bicéfala.
Las canciones que canta Isa alcanzan un vuelo desconocido. Más que nunca. El arranque del disco es discotequero, casi como las producciones a lo Jellybean Benítez, posiblemente para marcar desde el inicio cierta distancia con su anterior trabajo, tan sucio, tan lleno de barro. Tan macarra. En el segundo tema ya vuelven a la dureza de Black Sabbath o de los Stooges, pero no son británicos o ingleses, no son el ruido de Birmingham o Detroit, sino que que desde el margen, desde el pueblo el ruido es aún más intenso. Es un disco con todas las características de la banda, nada muy nuevo, nada muy viejo.
Pero, pero, pero, hay una canción que brilla en este contexto. Una salvajada, ¿una de las mejores canciones de la década? Sin duda, es de lo mejor que han hecho en toda su carrera. Es el equivalente a cuando QOTSA grabaron “The Vampyre of Time and Memory”. Se trata de “Canción de muerte del pez dorado”, una joya de ruido con una armonía que asciende hasta el infinito y no se detiene. Una canción que pesa toneladas y está vestida con gasa de clase y, aunque sepamos que no va a caer en lo extremadamente bonito, tampoco se sumerge en el gratuito arreglo ruidista. Está junto en el punto medio, algo delirante para un grupo cuya seña de identidad era el exceso. Tremendo. Sed o no sed.