31/03/2023
Para Premio Ruido la fecha en la que se anuncian a los finalistas representa algo muy importante. Primero, porque culmina el año musical, se trata de un primer resumen de lo que ha sucedido a lo largo de doce meses en España. Segundo, porque es el momento en el que se produce un encuentro entre gran parte de la profesión. Pero este año era aún más especial porque Soleá Morente ejercía de madrina. Ella misma fue finalista en 2015 con su álbum debut: “Tendrá que haber un camino”.
La sala escogida y que acogió fue El Intruso, un local que con pocos años de recorrido, se ha convertido en referencia para los amantes de la música. El Intruso, cuando recibe concierto al uso (como hace poco la Sesión Ruido con Nixon) no pierde ese punto cool, europeo y se transforma, por ejemplo, en un bar, en un tablao o en un enigmático ropero de la Vega de Granada.
La velada fue presentada por Tomás Mayo (miembro desde el inicio de PAM) que hizo un breve resumen de quiénes somos, por qué y para qué nacimos. No está de más recordar que nos fundamos hace cinco años, en un momento en el que el periodismo estaba a cambiando a toda velocidad y los sectores culturales se vieron sometidos a grandes cambios. En algunos casos, esos cambios sucederían para bien, pero en otros, como pasó con el resto de la sociedad, se impuso la precariedad de las condiciones de trabajo y los salarios.
Recordó Tomás el número de miembros (156) y dio paso a Soleá que presentó a los finalistas por orden alfabético.
Tras la presentación de los trabajos finalistas, llegó el concierto. Íntimo, cercano y con un detalle inolvidable para quienes allí estuvimos. Soleá llevaba puesta una chaqueta de su padre. Y de uno de los bolsillos sacó una nota. Y la leyó. Y mostró la peculiar caligrafía de su Enrique al público que se arrancó en aplausos. Si ya había conectado con la gente, a partir de ese momento, gracias a esa prenda que rompía con la barrera espacio-tiempo, se creó la magia.
Soleá salió al escenario acompañada únicamente de su guitarrista, de flamante camisa, que cumplió extremadamente bien con su papel.
El caso de Soleá es muy curioso. Mientras que docenas de bandas que preceden del indie, del rock o del pop, se acercan con seriedad total al flamenco a sus palos, ella que tiene ese ADN, se acerca al flamenco sonriendo, porque además es indie o pop de espíritu, y se nota cuando lo canta. Se siente más cómoda. Puede hacer de todo, es literal. Su carrera lo demuestra, sus colaboraciones y su espíritu. Lo curioso, es que ella que tiene lo flamenco, es popera, así que cuando coquetea con palos o sonoridades, lo hace no “yendo” (como las bandas de rock, por ejemplo, Los Planetas), sino que lo hace “volviendo”, regresando al hogar. Soleá emplea los mismos elementos que todos, pero en otro orden. En su caso, el orden de los factores altera el producto.
Fue un lujo presenciar, escuchar y vivir un desgarro post moderno. Erizan la piel sus frases: “Ya no sólo te veo a ti”. Son dramas externos, sin barroquismos emocionales.
¿Está muy cerca del punk? Toda la sala sentía ese latido de alguien que pone frases a un momento muy concreto de la situación de las mujeres en España, y sin que sea nada panfletario, Morente, de un retrato costumbrista es capaz de conseguir un manifiesto sin quererlo. Cada vez que dio palmas, todo el mundo se ofreció a seguirla como pudo.
Podríamos decir que es una Camela “Unplugged”, una verbenera, una rockera y una flamenca. ¿Por qué? Gracias a su magnetismo cercano, su manera de ubicar la grandeza en el club, por cómo es capaz de poner el apellido y su nombre cerca de la gente, sin enjaularlo, sin encerrarlo ni divinizarlo. El Intruso estaba abarrotado de rostros cercanos y nadie quiso perderse ni una segundo de los que pasó. Ojos y oídos sobre ella, con ella. Cuerpos que bailaron y dieron palmas sin poder dormir, lorelei.